Relato de la nueva gran batalla de Fidel Por Miguel Bonasso

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crow

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-72984-2006-09-14.html

Por Miguel Bonasso
Desde La Habana
Me había preparado para verlo, pero la realidad fue mucho más fuerte.
Incluso le llevaba de regalo un ordenador de viaje. Es decir una suerte
de cartuchera de cuero argentino, que en su interior tiene espacios
predeterminados para papeles, tarjetas, pasaje, pasaporte, anotaciones
varias, todo lo que necesita un viajero. Sé muy bien que Fidel Castro
no lleva tarjetas de crédito ni dinero en sus travesías por el mundo,
pero el modesto presente encerraba un mensaje subliminal: "Espero que
pronto esté bien para volver a viajar".

Pero una cosa es lo que uno imagina, teme, desea, y otra bien distinta
el hecho en sí. De pronto el llamado telefónico: "Esté a tal hora
en tal lado". Y nada más. Podía ser que lo viera personalmente o
podía ser que me encontrara con algunos de sus hombres de confianza en
una reunión preparatoria. No podía creer en mi buena suerte: era el
primer invitado a la Cumbre del Movimiento de los No Alineados que
tenía el privilegio de ver al Comandante en su recuperación, como ya
lo habían visto antes de la Cumbre Hugo Chávez y Evo Morales.

Estaba tan aturdido que olvidé hasta una elemental libreta de notas
por si tenía la suerte suplementaria de que me hiciera una
declaración.

Pero al llegar a la cita supe que lo vería. Con sus colaboradores más
cercanos recorrí el pasillo como en un travelling cinematográfico
donde el visitante ve intensificarse la realidad a medida que avanza:
al comienzo los hombres de su custodia vestidos de verde oliva, luego
su médico personal siempre derrochando bonhomía, al final del largo
corredor un trío compuesto por dos mujeres y un hombre alto, los tres
de guardapolvo blanco. ¿Médicos, enfermeros? Por fin una señora muy
amable que me introdujo en la habitación. Un cuarto austero, blanco,
totalmente despojado de adornos. Fidel, que estaba sentado en una cama,
con una mesa blanca y móvil por delante, se puso de pie para darme un
abrazo.

Vestía una bata color vino y un pijama haciendo juego y, por suerte,
era el Fidel de siempre. Más delgado, es verdad, pero no tanto como lo
habían mostrado unas fotos recientes.

"Perdí cuarenta y un libras -me recordó-, pero estoy
recuperando peso. Ya casi la mitad de lo que perdí."

Muchos kilos para quien ya parecía un hidalgo español de prosapia
cervantina y ostenta ahora un perfil quijotesco.

Nos sentamos para charlar. Eran las once y media de la mañana habanera
de ayer y afuera reverberaba la canícula. El nudo que yo traía en la
garganta se aflojó de golpe: puede sonar increíble, pero Fidel estaba
tan lúcido y filoso como siempre. El mismo tono confidencial de
conspirador que el oyente debe desentrañar, las mismas señas
misteriosas o las acentuaciones gestuales de algún hallazgo verbal,
alguna orden a sus colaboradores en voz bien alta, para demostrar que
puede regresar a la oratoria en cualquier momento.

"Ves", subrayó. "Puedo hablar en voz bien alta si quiero."

Pasó un rato largo antes de que me hiciera la confesión que carga de
peso existencial esta nota. Arrancó como siempre, apasionado por los
hechos colectivos, políticos, poniendo lo personal en un tercer o
cuarto plano de sombra. Estaba entusiasmado con el hecho de que
Venezuela gane la batalla para ocupar un sitial en el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas. "Genio y figura", pensé. El
tránsito por la enfermedad y la presencia cierta de la muerte no han
disminuido un ápice la intensidad de sus sueños y obsesiones.

"No van a poder bloquear el ingreso", aseguró. Y subrayó que su
gran amigo Hugo Chávez Frías se ha convertido en un líder mundial.
"Chávez ha ido creando un modelo indestructible. No es portador de
un socialismo extremo, sino realista. Indiscutiblemente va a tener
éxito en crear un gran partido que reúna y represente a todos los
revolucionarios venezolanos. Los diversos partidos que lo apoyaban han
respondido bien a su convocatoria para lograr la unidad. Además
-agregó- ha prometido realizar todos los cambios
democráticamente, consultando al pueblo. No es extremista. Ha
prometido cooperar con las capas medias y el respeto y la colaboración
con las empresas privadas que acaten los principios de la revolución.
Además ha desarrollado programas sociales que no tienen paralelo en el
mundo y que lo convierten en un líder imbatible. Pienso que un pueblo
tan saqueado como el venezolano merece este cambio. Y veo con alegría
el impulso hacia la integración de América latina, en la que
Venezuela será un ejemplo de lo que se puede hacer cuando un país
pone sus recursos al servicio del pueblo. Chávez no sólo usa bien
esos recursos sino que los multiplica con medidas fiscales que antes no
se tomaban."

Después abordó el tema de la "Operación Milagro", uno de los
programas de salud que más lo apasiona. Y lo hizo con la misma
intensidad de siempre. Como si no hubiera pasado por el filo de la
navaja dejando en terrible suspenso a millones de personas. Recordó
que en apenas dos años, unos 400 mil latinoamericanos habían sido
operados de cataratas, pterigium y otras enfermedades de la vista con
la nueva técnica oftalmológica desarrollada por los médicos cubanos.
Y que todas esas operaciones, muchas de las cuales se habían llevado a
cabo en Cuba, habían sido gratuitas, en beneficio de los
latinoamericanos más pobres.

Al rato Fidel me ofreció más café, mientras nos sacaban un montón
de fotos. Con su sempiterno entusiasmo, me comentó admirado: "Son
increíbles estas cámaras digitales".

Nos íbamos acercando a la confesión. Sobre la mesa había un libro
voluminoso. La portada sobria, bien realizada, anunciaba Cien horas con
Fidel. Y abajo: "Conversaciones con Ignacio Ramonet. Segunda
edición. Revisada y enriquecida con nuevos datos".

Algunos meses antes había visto con inocultable envidia la primera
edición de esa megaentrevista en la que el líder cubano pasa revista
a su vida y a la historia mundial que lo destaca como uno de sus
principales protagonistas. En junio último, el Comandante me había
mostrado sus correcciones manuscritas a las respuestas de la primera
edición. Las preguntas de Ramonet, obviamente, habían sido respetadas
por el entrevistado. A fines de julio, cuando volví a verlo en
Córdoba, viajaba acompañado por las pruebas de página, en pleno
proceso de revisión y aumento. Pero nunca hubiera imaginado lo que
ocurrió tras la operación del 27 de julio.

"Lo seguí corrigiendo en los peores momentos -musitó-. No paré
de corregirlo. No creas que lo hice cuando mejoré. Desde los primeros
días. Y lo hice no sólo por su contenido sino porque le había
prometido al pueblo que lo revisaría antes de publicarlo. Así que
pasé muchas horas dictándole a Carlitos (Valenciaga, su secretario).
Muchas horas."

Entonces me miró, con los ojos muy abiertos y esa expresión como de
asombro que le redondea la boca cuando tira un dardo decisivo, para
aclarar en un tono profundo, pero despojado de énfasis y dramatismo:

"Quería terminarlo porque no sabía de qué tiempo dispondría".

La sombra del gran límite, de la imposibilidad de toda posibilidad,
anidaba todavía en el fondo de la mirada como un fondo de café.
Comenté:

"Otra gran batalla".

Asintió en silencio y agregó:

"Estas cosas te las cuento como amigo y escritor".

Después se excusó de no poder regalarme el libro por razones
protocolares, hasta entregar una copia a los jefes de Estado que
concurren a la reunión del Movimiento de No Alineados. A nuestro lado,
el infatigable Carlitos Valenciaga -el joven colaborador que leyó la
histórica proclama sobre el traspaso de poderes- ponderaba algunas
incorporaciones a esta nueva edición aumentada:

"Hay cartas inéditas a Sadam Hussein recomendándole que se retire
de Kuwait. Las cartas a Nikita Kruschev contextualizadas".

Sobre la mesa blanca había también un folleto reproduciendo la
portada del libro con la siguiente leyenda: "Capítulo 24 - Los
sucesos de abril de 2002 y otros temas de América latina".

"Está traducido a nueve idiomas", aclaró Valenciaga. Pedí uno
para reproducirlo como anticipo en Página/12, después que se le
entregara a los jefes de Estado. En particular a dos amigos fieles que
el Comandante aguarda con impaciencia: Chávez y Evo Morales. En ese
capítulo 24, además de las intimidades del fallido golpe contra
Chávez, el lector encontrará interesantes reflexiones sobre los
militares nacionalistas y progresistas de América latina, como Omar
Torrijos, Juan Velasco Alvarado o el propio Juan Domingo Perón. Y
referencias agudas a la derrota de Carlos Menem y el triunfo de Néstor
Kirchner en 2003.

Se acercaba el momento de la despedida. La charla se había prolongado
durante hora y media. Fidel señaló el modesto televisor que tenía
frente a la cama (nada de plasma ni equipo estereofónico) y comentó:

"La tele está cada vez más violenta. Todo es de una violencia
extrema. Todo es publicidad y violencia. Desde las ficciones hasta los
noticieros internacionales".

Le dije, con total sinceridad, que me iba muy contento de verlo tan
bien.

"Todo en su justo medio", advirtió, mientras me daba un apretón
de manos. "No hay que olvidar que la máquina a reparar ya tiene
ochenta años."
 

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